Opinió

Se va un cura, se cierra una época   

Share on facebook
Share on twitter
Share on telegram
Share on whatsapp

La parroquia de la Mare de Déu de la Llum, en La Florida despide este fin de semana al Padre Manolo. No se ha muerto. Se lo llevan. Lo arrancan de la comunidad donde ha crecido personal y espiritualmente, igual que el año pasado se llevaron, contra su voluntad, al Padre Pepe Murillo, que llevaba décadas en el barrio y era una auténtica institución. Pepe y Manolo, dos curas que solo con sus nombres  rezuman origen y vocación de pueblo, son y han sido dos personas muy queridas por su comunidad parroquial, y por muchos vecinos y vecinas que están viviendo su marcha como un auténtico duelo. El obispo Omella se lleva al Padre Manolo y con este movimiento clausura toda una época. Despedida y cierre de la historia de compromiso de tantos curas y tantas comunidades de religiosos y religiosas que, al calor del Concilio Vaticano II, escogieron los nuevos barrios para acompañar la emigración y la pobreza, y acabaron modelándose mutuamente y dignificándolos. 

La iglesia institución, de nuevo, no da ejemplo de aquello que predica. Mientras el Papa Francisco impulsa un sínodo (un proceso de consulta a todas las parroquias y conferencias episcopales del mundo mundial que ríete tú de nuestras dinámicas y nuestros post-its), la cúpula de la iglesia catalana maltrata a las personas, y traiciona la memoria de las iglesias más humildes. Conozco bien esa memoria porque colaboré con el Padre Murillo para contarla en un libro con motivo del 50 aniversario de la parroquia. Esos curas y monjas que llegaron a unos barrios sin condiciones jugaron un papel decisivo en la atención a las necesidades de los vecinos, y les ayudaron a conocer sus derechos y a organizarse para reclamarlos, impulsando, junto a muchos otros antifranquistas, las primeras asociaciones de vecinos. Esos curas y esas monjas organizaron excursiones y actividades de ocio cuando ese concepto ni existía, y fueron la primera vía de entrada a la lengua y la cultura catalanas. 

Por el despacho del Padre Pepe y del Padre Manolo ha pasado buena parte de la historia del barrio. Bodas, bautizos y funerales. Durante años miles de personas han buscado allí sacramentos, ayuda o consuelo bajo la atenta mirada de algunos santitos pero también del Guernika de Picasso, y de un póster de Salvador Allende que decía: “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. En esa iglesia de barrio pobre los curas nunca quisieron diferenciarse de sus hermanos con liturgias incomprensibles ni ropas oscuras, y nunca se reservó sitio a las autoridades. Esa iglesia fue la única que en el momento más duro de la pandemia abrió sus locales a los últimos de verdad, a los sin papeles, sin contrato y sin acceso a los servicios sociales cuando estuvieron al límite de la supervivencia, mientras la regiduría del barrio se negaba a ceder locales públicos para repartir comida. 

Con la marcha del Padre Manolo se cierra una época y empieza otra inquietante: la de los curas jóvenes con clériman. El signo de los tiempos pinta feo. En el Upper Diagonal se multiplican los jovencitos de escuelas del Opus y de los Legionarios de Cristo que van a misa como signo de clase y de identidad, y su identidad también incluye pasear muñecas hinchables y banderas preconstitucionales. Esa iglesia hija de la inquisición y formada en los seminarios más conservadores del Estado no es una cosa del pasado: está ganando poco a poco posiciones en nuestra ciudad con el aval de los obispos. Primero tuvimos un cura declaradamente ultra en el barrio de Sant Feliu, después una nueva congregación conservadora en Pubilla Cases, y ahora tenemos en Santa Eulàlia un cura que reza rosarios públicos contra la amnistía o contra el aborto legal, y un nuevo “administrador parroquial” en La Florida, formado en Madrid y en Roma, pero sin ninguna experiencia para “administrar” la parroquia de uno de los barrios más densos y complejos del área metropolitana.  

Jaume Botey, al que tanto echamos de menos, ya lo predijo: “los nuevos párrocos tendrán una espiritualidad desencarnada y preconciliar que no ayuda a interpretar la dura realidad social de esos barrios, esos nombramientos anuncian una iglesia cerrada, obsesionada por la moral sexual, y devuelven estos barrios al nacionalcatolicismo”. Pepe y Manolo, como curas a pie de calle y de bar, han sido un muro de contención para las espiritualidades más peligrosas. No hay que ser creyente para darse cuenta de que los nuevos curas, y sus viejas ideas, pueden ser la vía de entrada definitiva para el sentido común más reaccionario y ultraconservador en nuestros barrios. No los perdamos de vista. Y no lo olvidemos cuando rajemos de lo que se cuenta en las mezquitas o en las iglesias evangélicas.

Contacta amb nostres

hola@districte7.cat