Hubo una época en los barrios de la periferia en la que, ante cualquier reivindicación, se protestaba un día sí y el otro también. Bien lo saben nuestros padres y nuestras madres. Habitualmente siempre había un vecino o vecina que destacaba y, de alguna forma, desempeñaba un papel de cierto liderazgo. En Bellvitge, después de Felipe Cruz y Pura Fernández, Mateo Revilla podría ser uno de ellos.
Fallecido el pasado 23 de Noviembre con 77 años, Revilla, como le conocíamos en casa, era una persona que, como tantas otras por aquel tiempo, estaba comprometida en la lucha tanto en el barrio como en la fábrica. Su gran labor comunitaria fue fruto de su constancia, humildad, perseverancia y trabajo duro diario. Para constatarlo, basta con el recuerdo de verlo desde la ventana recorriendo las calles del vecindario en coche, usando la megafonía para convocar a vecinos y vecinas a la acción vecinal que en ese momento se estuviera cociendo.
Hubo una época también en la que los barrios de la periferia estuvieron estigmatizados injustamente por la droga y la delincuencia. Bellvitge no logró escapar de esos estereotipos y fue públicamente más conocido por la imagen que se reflejaba en los medios de comunicación y, por supuesto, en el cine quinqui de “Perros Callejeros”. Una imagen y un relato dañinos que, en el imaginario colectivo, ganaron el pulso a la realidad del barrio.
Por ese motivo, desde la perspectiva actual, debemos darnos cuenta de que las luchas vecinales de Bellvitge fueron dignas de ser mucho más conocidas y reconocidas.
Una de esas protestas tan olvidada en la que Revilla tuvo un papel muy activo y fundamental fue “La guerra del recibo del agua”. Esta larga contienda vecinal tuvo lugar en el área metropolitana de Barcelona durante los años 1992 hasta 2002.
Ante la subida desorbitada de los recibos del agua vecinos y vecinas empezaron a quejarse a través de las asociaciones vecinales. No solamente reclamaban pagar menos, sino que también solicitaban transparencia y equidad en la recaudación tributaria, ya que los impuestos eran abusivos y opacos.
Si bien se comenzó con una recogida de hasta 70.000 firmas poco después, en el año 94, se optó por una forma de desobediencia civil como es la objeción fiscal, aunque desde nuestra mirada actual nos parezca totalmente increíble.
Se trató de una lucha estoica sin igual, en la que voluntarios y voluntarias en los barrios se esmeraron en la tarea de calcular cada vez, y a cada vecino o vecina, el importe a ingresar en la cuenta bancaria de la Plataforma Unitaria, que sería solo el del coste del agua y el IVA.
Un trabajo arduo colectivo que duró 10 años, que movilizó a 200.000 personas y que sin duda ejerció presión en las administraciones públicas. Precisamente por eso quizás no les convenía que la protesta fuera muy conocida en la opinión pública y de ahí esa falta de visibilidad y nulo interés en los medios de comunicación.
Por ello en los barrios de la periferia debemos reclamar también nuestra memoria histórica, como un medio de hacer justicia sobre nuestra imagen colectiva. Al fin y al cabo, nuestra generación está ahora disfrutando y beneficiándose de todo lo que ellos y ellas consiguieron.
En ese sentido es indispensable también reivindicar figuras como la de Mateo Revilla que fue un verdadero referente vecinal en Bellvitge además de un luchador nato. Y así lo recordaremos.
** Este artículo recoge información del estudio: “La guerra del recibo del agua. Una movilización popular atípica en el área metropolitana de Barcelona, 1992-2002 ” de Joaquim Sempere. Universitat de Barcelona.